Por Juanita Gómez Peláez
Psicóloga Clínica– Terapeuta DBT – Mindfulness
@psicologa.juanitagomez
Probablemente a todos -o casi todos- los que están leyendo esto nos dijeron alguna vez -o muchas veces- que debíamos apuntarle a ser los mejores en todo aquello que eligiéramos ser y hacer. Crecimos escuchando que debemos buscar la excelencia en todo lo que hacemos, que debemos ser sobresalientes, que no debemos conformarnos sino siempre preguntarnos qué nos hace falta o en qué podemos ser mejores, que debemos estar continuamente perfeccionando todo lo que hacemos, que todo siempre puede ser mejor.
En muchos casos quienes nos dijeron esto son personas que nos quieren y que creen en nuestro potencial, y creyeron que a través de este discurso lograrían motivarnos y contribuir a nuestro desarrollo personal. Este discurso se apoderó del mundo y la sociedad llegó a valorar el perfeccionismo y la autoexigencia como virtudes y fortalezas que nos han inculcado por todas partes y, sin darnos cuenta se nos coló un enemigo por la puerta de atrás.
Según esta lógica sólo existen dos panoramas: o somos perfectos o somos un fracaso, y como ser perfectos es imposible -pero es la supuesta meta que tenemos que lograr-, el miedo al fracaso se apodera de nosotros. Este miedo nos paraliza: afecta nuestra capacidad de tomar riesgos, de atrevernos a intentar, de ser creativos, de aprender de nuestros errores; interfiere con la vivencia de nuestro WHY.
El perfeccionismo hace que nos enfoquemos netamente en el/los resultado(s), y por ende, dejamos de disfrutar el proceso y es ahí donde ocurre la vida misma: en ese camino que dejamos de apreciar por estar únicamente mirando la meta -que suele ser desproporcionadamente alta y/o poco realista-. Nuestra invitación es a disfrutar el viaje, no sólo el destino.
Este enemigo silencioso que suele hacer estragos por donde pasa, aparece con frecuencia en la búsqueda de nuestro WHY o en el proceso de vivirlo. “¿Este Why si es lo suficientemente bueno?”, “¿Si es lo suficientemente importante?”, “¿Si es lo suficientemente innovador?”, “¿Si es lo suficientemente cool?” “¿Si impacta una cantidad suficiente de personas?”. Y entonces, el miedo a que no lo sea, nos deja dando vueltas en un círculo vicioso buscando uno que sí lo sea, o nos impide atrevernos a intentarlo al hacernos creer que no somos lo suficientemente (inserta aquí cualquier adjetivo) para lograrlo.
TODOS somos perfectamente imperfectos, nuestras imperfecciones nos hacen humanos, únicos, y le dan sentido a esta experiencia de aprendizaje llamada vida. Tenemos metas, sueños, propósitos, trabajo, motivaciones y aspiraciones, gracias a que el mundo es imperfecto. Si todo y todos fuéramos perfectos ¿Qué haríamos aquí?. Actuamos como si hubiera un juez externo que pudiera determinar qué es un WHY “suficientemente bueno” o quién es lo “suficientemente” bueno para materializar un WHY y no nos damos cuenta que el juez más crítico, duro e implacable, habita dentro de nosotros mismos.